lunes, 5 de noviembre de 2018

TODO ES UNA EPIFANÍA (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens


Enseñanzas de Antonio Oliver Montserrat
TODO ES UNA EPIFANÍA
Epifanía, en griego, significa mostrar o demostración. El 6 de Enero llamamos Epifanía a la manifestación de Cristo en los Magos. Esta palabra es antiquísima, al parecer se refiere a los reyes cuando aparecían: el rey era una manifestación única; pero en la mitología la aplicaron enseguida a la Epifanía de la naturaleza, de la materia, que podía ser un árbol, una piedra, cualquier cosa. El hombre percibe muy tempranamente que las cosas son ''epifanías''. Si las miras bien las atacas, peor todavía, pueden convertirse en careta.
Así, cuando tú ves un pino, no lo ves. Ves el fenómeno, la apariencia, sólo la apariencia. En cambio, si te acercas a las cosas con temblor, con respeto, con amor, las cosas, lentamente, se te abren y a través de ellas ves lo que hemos dicho del pino en el punto de la despedida. De golpe ves que la ''cara'' del pino que habías visto tantas veces, ahora es un lugar de referencia para todos los años de ausencia. Y en este pino ves: tu familia, tu infancia, tu primer llanto, la primera bofetada de tu padre... Todo está allí, el árbol se ha abierto y te ha mostrado el cogollo.
Las cosas se manifiestan, pero en el primer acercamiento no se abren. Están al alcance, pero el hombre puede ir por la vida en un primer acercamiento perenne sin ver lo que tiene delante, ya sea pino o cuerpo humano. Que la materia es epifánica significa también que toda materia es traducible, tiene mensaje. El mensaje no es lo que enseña, sino lo que esconde. ¡Qué idea más bonita para incitar a la excursión!. Las cosas están aquí igual que un paisaje. Tú lo ves y dices: ''Métete por un amanecer o un atardecer y verás lo que puede pasar! ¡Métete por una enfermedad y verás lo que puede pasar!''. Ésta es la invitación epifánica. Las cosas esconden más que enseñan. Y ésto el hombre lo vio desde el primer día.
Curiosamente hoy, después de tantos miles de años, hemos caído en el materialismo superficial y rastrero que nos quiere enseñar y afirmar que lo que vemos es lo que hay que ver, que las cosas no tienen más que lo que enseñan. Por eso nos depauperamos tanto, por eso somos tan pobres. Nos pasamos eternamente por la superficie de las cosas sin bajar a sus profundidades. Lo mismo pasa con el hombre: puede quedarse de por vida en la superficie sin bajar jamás a sí mismo. Yo soy Epifanía también para ti y para mí. Si yo bajo al fondo de mi ser descubro en mí paraísos inmensamente mayores y más poderosos y hermosos que todos los paraísos de la tierra. Pero si me quedo en la superficie y digo: ''Yo soy 80 años de vida y 64 kilos de peso'', ya me he definido. Y hay quien no pasa de ahí.
El materialismo apunta en esta dirección y de él se deriva el empobrecimiento total del hombre. En cambio, cuando el hombre dice no, las cosas son epifánicas. Esconden todas una sorpresa o un mensaje. Admito que las cosas tienen ''cogollo'' y que lo que enseñan es sólo una invitación a viajar y a introducirnos en su interior, si yo me dedico a viajar por las cosas, por tantas cosas..., todo me conduce al corazón de ellas mismas. Eso me va a costar toda una vida, porque este viaje no es otro que la aventura de la vida. Otto nos dice otra vez: ''El corazón de toda cosa es el Misterium Tremens''. Lo sacro. Por tanto, todos los llamados creyentes o manipuladores de la creencia o, como diría Jesucristo, sacerdotes de la Ley, todos los que se consideran sacerdotes, religiosos o jefes de religiones que no llevan a lo sacro, deben abdicar inmediatamente. Nos están tomando el pelo, así de claro.
Por eso Jesús la tenía tomada con los curas, porque éstos se instalan, se instalaban -digámoslo en pretérito imperfecto- en la superficie de las cosas y mantenían a los fieles mediante un pacto: ''Dame la mano y yo te paseo por el domingo, por el bautismo, por la confirmación... Y Cristo dice: ¿Qué?. ¡Ay de vosotros fariseos, escribas y sabios hipócritas!''. ''¡De paseo no!''. El creyente de verdad, no sólo el cura -por obligación- es aquel que sabe el camino secreto que lleva al corazón de las cosas, a lo sagrado, a Dios. ''¡Que bien me sé yo la fuente!'', decía San Juan de la Cruz. Y qué bien lo dijo ''el pillo''... Éste es un creyente, éste te puede dar la mano y decirte: ''Ven conmigo'', sin pasearte por la superficie; al revés: te introducirá en el seno de las cosas hasta el cogollo donde mana la fuente primordial, primitiva, cantarina, fresca, refrescante del agua limpia.
Cristo hablaba siempre del agua y dijo, además, que el agua es tan importante que si tú no vuelves a nacer en ella no entras. Hay que saber del agua, de esa fuente -como San Francisco supo- del ''agua fresca, humilde y casta''. El creyente y el sacerdote conducen al manantial, al hontanar vivo del agua limpia. Metido en ella la vida eterna es tuya, pero sin sumergirte no tienes acceso, no entras en el Reino, en el Paraíso Terrenal que es el Paraíso del Cielo. ¿Lo sabemos los cristianos?. Por tanto, si vives en la superficie, sin intentar horadar hasta dentro ¡no tienes futuro!, porque, justamente, el futuro nace del agua, que es el corazón de las cosas. Ella es la presencia de lo sacro hecha persona. Dios no es informe o deforme. Es pura forma, puro perfil, pura identidad. Lo real, lo sacro tiene personalidad consistente y propia, por eso se llama Dios, tanto si es femenino como masculino, da igual. Las religiones de la tierra tienen todas dioses masculinos y femeninos, pero neutros no.
''Dios es Padre, pero sobre todo Madre'', dijo Juan Pablo I, que murió como una sonrisa que se extingue. Tal vez, lo mejor que puede hacerse en la vida es irse, porque así se descubre de repente lo que al quedarse no se había descubierto.
Dios es Padre y sobre todo Madre. Hay religiones que consideran a su dios sólo masculino, otras, como la Diana de Cesina, conciben a sus dioses marcadamente masculino-femeninos. Da igual, eso no tiene ya importancia. Dios no tiene género, pero si la personalidad consiste en la cultura, en los dos emisferios del cerebro -masculino y femenino-, Dios la tiene en su totalidad. Dios es la fuente de la personalidad total y radical, y lo sacro, Dios ya personalizado, es el corazón de las cosas. ''Dios no está lejos de vosotros'', dijo Jesús. Por eso no vayas buscando tanto por ahí. Si a alguno se le ocurre decir: ''A ver si Dios me sale al encuentro cuando me muera''... es un animal. ¿A qué encuentro va a salir Dios?. Si Dios está dentro de ti, ¿cómo va a salirte al encuentro?. Lo que pasa es que estallará en tu interior y lo verás por primera vez; eso es diferente. Dios no es el fruto de una larga investigación, ni mucho menos. Dios es la vibración de una experiencia. Cuando llegas al cogollo, Dios se presenta, permanece y canta y ríe.
Las cosas son transparentes, todas dejan transparentar un cogollo interior que llamamos Dios. Hoy digo Dios para que vean dónde nos conduce los sacro, aunque este 'lo' se emplee indebidamente. Por eso lo hemos sustituido por Él, como pronombre personal, no como artículo. ¡Cuántas veces los profetas han hablado así!: ''Él me dijo...'' No sabemos qué ni quién es Él, pero sí que es una cosa que las religiones no pueden manipular. De lo contrario, yo de éste ¡no hablo! porque no se puede hablar, porque no se contiene en una frase, una expresión y una acción. Dios desborda infinitamente. Lo dijo Jesús, ''Y Éste que desborda infinitamente, es el Ser de Tu Ser''. No está lejos de ninguno de vosotros, por burro que sea. Está dentro, en lo más hondo de ti.

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