miércoles, 14 de noviembre de 2018

''SI NO OS HACÉIS COMO NIÑOS NO ENTRARÉIS'' (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens

''SI NO OS HACÉIS COMO NIÑOS NO ENTRARÉIS''
Si viajamos hacia el corazón de nosotros mismos y hacia el corazón de la materia (aquello que hace que la materia sea Materia y el amor sea Amor), llegaremos a la Navidad. Porque el Niño nace en el corazón de la Creación y en el corazón del hombre. Y para aterrizar en ese corazón debemos embarcarnos en el amor, en la simbología, no en la razón aun cuando la hayamos usado para dar vueltas (en torno a él) y colocarnos en órbita.
Pero lo difícil es entrar en ese corazón, porque estamos tan acostumbrados a viajar por la razón y la explicación de las cosas que podíamos hacer de la Navidad un teologúmeno, un silogismo o un sorites y sería una barbaridad, ya que sólo el sentimiento puede conducirnos a ese corazón. Y para ello, para entrar, he pensado que podríamos recordar algo que yo vuelvo a leer últimamente: 'El Principito' de Saint-Exupéry. Saint-Exupéry era un aviador (ya nos colocamos en órbita) que supo aterrizar en el Sahara tres o cuatro veces hincando ''el morro'', pero se salvó, y además sabía bien lo que decía.
Cuando el Principito topa con el zorro en el espacio tan esquivo del desierto, Saint-Exupéry entra en una simbología increíble. Recuerden que el autor había dibujado una boa que digería un elefante y las personas mayores le decía que aquel dibujo era un sombrero:
- ''Las personas mayores nunca comprenden nada por sí solas y es fatigoso para los niños darles interminables explicaciones''.
Siempre nos apoyamos en la razón: ¡no es posible que una boa se coma un elefante! Pues sí, hay un mundo de ensueño y de infancia. Dios nació niño y por eso me acerco al niño aunque hay que hacerlo con mucho tino. Por lo menos hay que descalzarse, porque se trata de ''la zarza ardiente''... y si las calzas son de razón, hay que dejarlas también. Una persona mayor no entiende el dibujo de Saint-Exupéry y hay que volver a explicarlo..., son muy torpes los mayores.
Pues si no logramos entrar en ese círculo, la Navidad no sucede. Lo digo con pena, porque no sucede la Navidad en nuestros tiempos: para mucha gente la Navidad son dos botellas de champagne o la merluza, cuando justamente la Navidad nos convoca al ''surgimiento'' de todas las cosas, es decir, al cogollo. Lo más íntimo, cordial y vibrante de la Creación está en la Navidad. Toda la Creación desemboca en la Navidad. ¿Ven como toda Creación llega a su Meta? Este Niño que tiembla en el portal es el corazón de toda la Creación y de todo el devenir humano. ¡Un niño...! Dios pudo venir con cuarenta años, pero llegó niño para decirnos que esa es la edad del hombre, Dios no hace las cosas tontamente.
(No me he equivocado. El Niño es la edad del Hombre, los hombres que tienen otra edad no son Hombres, serán merluzas, o serán zorros, lo siento, ¡aunque ya quisiera uno ser el zorro del desierto...!)
Dios, pues, viene al corazón del hombre. Allí donde el hombre es Hombre, allí nace Dios. Sin decirlo, Él nos muestra que en el corazón del hombre es donde nace el Niño de Navidad, y en esa dimensión el hombre es Hombre: la madurez del Hombre es ser Niño. (Los mayores que creemos que el dibujo de Saint-Exupéry es un sombrero y no vemos a la boa cuando se come el elefante, no entendemos nada). Tendríamos que recordar que Lucas nos cuenta en su Evangelio que cuando el Niño fue grande decía: ''si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de Dios'' (Lc. 18,17). ¿Ven de qué manera nos salvamos? La Salvación se realiza sobre el niño. Luego nos salvamos si en Navidad todo se aniña en nuestro interior, pero si no somos niños, por más explicaciones científicas que demos, no logramos una salvación completa, nos ''semi-salvamos'', porque salvarnos de verdad sólo lo conseguimos con la niñez.
Claro que tendremos que explicar lo que significa ser niño (Lucas también lo explica), pero en principio es difícil convencer al hombre de este siglo, tan puesto y tan sabio, de lo importante de volver a ser niño (a mí me está costando hacerlo porque ya no lo soy...). Ya he insinuando que posiblemente este siglo se está comportando como Herodes que los mató a todos, pero nosotros, que nos avergonzamos del niño sentimental que llevamos dentro, lo hemos descabezado igual que hizo él. Tenemos un mundo de hombres grandes pero sin niño, y matar al niño es matar el nacimiento de Belén. Por eso, los que no somos niños -los grandes- somos ateos. Esto es, el ateísmo no significa que Dios Es o no-es (Dios Es de todas maneras), ateísmo significa que no tenemos infancia suficiente para que Dios nos nazca, y no nos nace.
Luego Navidad es lograr volver, por lo menos un rato, al niño que fuimos y que esencialmente somos, al sentimental que se conmueve ante un atardecer y ante la sonrisa de un niño, que se sobresalta ante el amor o el sueño. Este niño debemos volver a despertarlo urgentemente. Me gusta recordar, y esto es una revelación, que la primera sorpresa que tendremos cuando muramos y vayamos al Cielo será (descubrir) que no hay ni un solo viejo. Todos los que han entrado en el Cielo son niños, viejos ninguno. Es decir, sin querer, te llevarán a jugar... Seguro que no te dirán: ''ven, vamos a pensar''. (Dios no piensa, Dios Es. El pensar es sucesivo, es ilación, si es que la hay, porque hay pensamientos que ni ilación tienen. Dios no piensa de manera global, lo capta todo enseguida, porque es la Realidad).
Pero volvamos al niño. Digo que nos cuesta volver a él, porque las últimas generaciones nos han empujado hacia la madurez, la seriedad y la técnica -lo cual tampoco está mal si dentro tenemos niño- y del niño no se nos habla. Pues bien, a la Navidad sólo se accede por el niño que somos. Cristo nos ha dicho que la verdadera grandeza del hombre es su infancia: aquel lugar donde el hombre es Hombre, donde las cosas están frescas y tiernas, donde acaban de nacer, donde la maravilla florece en cualquier momento, donde el hombre que sabe tanto ha llegado a su etapa final.
Etapa final solamente hasta hoy. El hombre empezó por ponerse de pie y apareció el Homo Erectus (es triste que la Historia sólo haya visto que lo único que tenían nuestros abuelos de hombres es que caminaban de pie); más tarde se hizo Homo Faber, el artesano que fabricaba instrumentos, y con el tiempo el hombre superó al Erectus y al Faber y fue Homo Sapiens. Y ahora, en nuestros tiempos, que son los gloriosos, después de Darwin hemos llegado a más, somos Sapiens-sapiens; la biología humana ya lo sobrepasa, o sea, el género Sapiens ya tiene especie: sapiens. Pero también está superado. La antropología ya va a otro punto: Homo Ludens, el hombre-que-juega. El hombre ya ha superado las casillas del trabajo programado y de las imposiciones, y va por la Creación como por los fines de semana, cantando y riendo. ¿Y quién es el Homo Ludens? Pues un niño.
Si precisamente en Navidad nos pasamos con las copas, es para volver a ser niños, para quitar camuflajes estrafalarios que llevamos puestos y retornar otra vez a crearnos a nosotros mismos con libertad y con holgura y soltar al niño travieso que todos hemos sido y que debemos ser. He dicho que en el Cielo no hay viejos, así que es urgente volver al niño, y ahora, en Navidad, es una buena ocasión. Volver al niño significa inventar en nosotros al Homo Ludens: la capacidad de jugar, de hacer fiesta. Ir por la vida creando ilusiones. El mundo es lo que hacemos de él (Heidegger); el mundo no está hecho, el mundo será lo que nosotros vayamos logrando. Si yo voy empujando energía positiva, positivizo al mundo y me lo gano; pero si voy arrojando energía negativa, o pura materia, las sonoridades que se despiertan son tan bajas que creo montañas de oposición contra mí. Tenemos que ver con escándalo el enorme esfuerzo que hacemos por levantar al niño que somos, es decir, cuánto nos cuesta volver al centro de nuestro ser. ¡Qué lejos estamos! ¿Por dónde andamos...? (Uno puede pensar que lo extraño es que ustedes no se rían de mí; en otros sitios esto no se puede decir, ya que no es ni científico siquiera).
Pues bien, es importante que hayamos decubierto que el Homo Ludens está por encima del Sapiens-sapiens, el Homo Ludens es la quintaesencia, la superación del Sapiens-sapiens.
Sigo con 'El Principito' de Saint-Exupéry:
''... al romper el día, me despertó una extraña vocecita que decía:
- 'Por favor..., ¡dibújame un cordero!'
Y el autor pinta una caja, y el niño le pregunta:
- '¿Dónde está el cordero?'
- 'El cordero que quieres está dentro de la caja'.
- '¡Ah sí! Se ha dormido...''
(¿Qué les parece? Con solo dibujar una caja el niño ya ve un cordero, y encima le ve dormido, que es más infantil todavía). Una vez que se hacen amigos el zorro y el Principito, aquél le pregunta:
- 'Si quieres un amigo, ¡domestícame!'
- '¿Qué hay que hacer?' -dijo el Principito-.
(El Principito no quiere domar al zorro, le gusta travieso como es, más niño aún que él, el zorro es un niño del desierto).
- 'Es necesario ser muy paciente. -dijo el zorro- Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la yerba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca, y yo te miraré cada día mejor''.

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