jueves, 22 de noviembre de 2018

EN LA CARA DE UN NIÑO ESTÁN TODOS LOS ESPACIOS Y MARAVILLAS (Los ''Evangelios'' de la Navidad según Antonio Oliver Montserrat)

EN LA CARA DE UN NIÑO ESTÁN TODOS LOS ESPACIOS Y MARAVILLAS (Los ''Evangelios'' de la Navidad según Antonio Oliver Montserrat)
Por toda la creación se derrama Dios. Se derrama cada vez más condensadamente hasta que, al final, logra condensar los grandes espacios de la creación en un pequeño espacio que es la carne del hombre. Hay que temblar ante la Navidad. Es como si Dios, después de millones de años de haberse desplegado en la creación a través de valles, montañas, pinos, pájaros, mariposas, amaneceres y atardeceres, al final se dijera: Todo esto, ¿cómo lo podría resumir? Estos inmensos espacios, incalculables, inacabables, ¿cómo los podría resumir en un pequeño espacio donde temblaran los chopos y los pinos, donde cantaran los pájaros y volaran las mariposas y rieran los amaneceres? Y le salió la cara de un niño. En la cara de un niño están todos los espacios y todas las maravillas. Con lo cual se nos está diciendo Io delicada que es la cara de un niño, que tenemos todos. Los que no la tenemos, hemos ajado la creación porque de los niños es la alborada del futuro y el reino de los cielos. Aquellos que no tenemos en nuestro paisaje un niño, tenemos un paisaje sin sentido. Hay que ponerlo urgentemente. Hay que alquilar un niño porque si no el paisaje no tiene sentido.
Toda la creación necesita para mantenerse a Dios en persona, pero este Dios en persona está viniendo por la creación desde el primer momento. Todo se creó para que Cristo viniera. Si Cristo no hubiera tenido que venir, jamás habría habido un río en la tierra. Ni el agua cantaría entre los guijarros. Jamás habría habido sobre la tierra la alegría de una aurora o la conmoción de un atardecer. Jamás se habría desplegado al infinito una noche con estrellas. Ni habría habido noches siquiera. Ni hubieran aparecido mariposas sobre nuestro planeta. Ni ningún hombre habría hablado ni amado en la tierra. Ninguna aventura hubiera tenido lugar y esto sería el vacío, el caos.
¿Qué es lo que hizo que naciera la primera alborada?, ¿y la primera montaña?, ¿y el primer mar?, ¿y la primera mariposa?, ¿y el primer hombre?, ¿y la primera sonrisa humana?, ¿y el primer beso humano?, Cristo que venía, eso es todo. Mejor dicho todavía, todo lo que acabo de decir es Cristo viniendo. Cuando un hombre ríe, es Cristo que viene. Cuando nace una montaña, cuando cae un atardecer tierno y sonoro en otoño, cuando un hombre se siente grande e inmortal, es Cristo que viene. Éste es el venir de Cristo. Cristo que viene suelta mariposas, suelta pájaros a cantar, suelta montañas, suelta sentimientos, suelta versos, suelta amor, suelta esperanzas, suelta visión. Y Cristo que se retira, es el mar que se va y deja la arena infecunda y estéril, eso es todo. Y así, la creación y el hombre, que es su síntesis, cobran su verdadero significado y asi el hombre va por la creación no solamente con respeto, sino con amor. Nos cuenta San Lucas que los pastores, nómadas de toda la vida, analfabetos, trashumantes, cuando se descolgaron los ángeles por las estrellas y les dijeron: "Os ha nacido el Mesías, id a verlo", los pastores, los tontitos, se dijeron unos a otros: "Vamos a ver esta palabra que el Señor nos ha enseñado". Esta palabra... podían haber dicho... cualquier cosa. "Esta palabra" y "os ha nacido el Mesías, el Rey de Israel, Io encontraréis en un pesebre, acostado". Y los pastores van y dicen, analfabetos ellos: "Vamos a ver esta palabra que Dios nos ha enviado con el rocío de la noche". Y van a ver la palabra, ésta que atraviesa de punta a cabo toda la creación, y que al final aterrizó en un portal hecha carne humana, porque la carne humana es la síntesis de la creación. El hombre es una reducción de la creación y cuando María parió a su hijo en Belén, es toda la creación la que pare con ella y se hace parto en Belén. Así, sabemos, que toda la creación ríe, y esa sonrisa suya puede abarcar una sonrisa humana en la cara de un niño. Por eso los cristianos de la primera hora vieron toda la maravilla de este nacimiento e hicieron toda la gran leyenda del anuncio del ángel. El parto de María, no es más que un breviario de lo que sucede en la extensión del cosmos. Todo el cosmos gime y pare y en un momento dado sucede condensadamente, en un gemido, un parto de la creación. En el gemido y parto de una doncella que nos engendra al que viene por toda la creación, también abreviado, que es el Logos de Dios. Esto es la Navidad.
Éste es el sentido y el término de la creación que camina hacia la Navidad. Por eso, los cristianos primitivos que sabían de esto, hablaban de que cuando Dios vino al tiempo, Dios nace, -"Navidad"-, y cuando el hombre va a la eternidad, -eso que llamamos morirse-, el hombre nace, "natalis". El día de la muerte de un hombre es el "natalis" de uno. El hombre nace cuando muere. Dios nace cuando nace, pero el hombre no. Luego, la cabaña de Belén, la tendremos nosotros el día de nuestra muerte, así como Dios la tuvo en Belén cuando nació. Dios nació entre los hombres, y el hombre, cuando muere, nace entre Dios o en Dios.
Sepamos que por los caminos de nuestra vida, que son tantos, siempre hay una cueva con telarañas y un burro y un buey, que son unos animales de movimiento desde el principio de la humanidad que esperan al Mesías.
¿Por qué no ponemos abierta de par en par la cueva y bien a punto el burro y el buey? Nada menos que el paisaje de le creación para que Dios nos nazca en el seno del alma.

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(Presentación a los ''Evangelios'' de la Navidad según Antonio Oliver Montserrat) MEDITACIÓN DE NAVIDAD CON LAS LUCES Y LOS CAMINOS DE ANTONIO OLIVER AL FONDO


* (Presentación a los ''Evangelios'' de la Navidad según Antonio Oliver Montserrat)
MEDITACIÓN DE NAVIDAD CON LAS LUCES Y LOS CAMINOS DE ANTONIO OLIVER AL FONDO
Antonio Oliver, puntual como las primeras melodías pastoriles, las iniciales y prontas melodías de las antífonas esperanzadas del Adviento, el ángel madrugador de las no estrenadas todavía buenas noticias de la salvación cumplida, llegaba a su Cátedra de Antropologia y Cristianismo, al "Aula Padre Arrupe" de los Jesuitas de Madrid, por ejemplo, o a cualquier foro de cualquier ciudad del mundo en donde estuviese dictando sus lecciones entonces e interrumpía, movido por una extraña fuerza estremecida, su disertación en curso y dedicaba un par de horas a proclamar, jubiloso, todos los evangelios de la Navidad celebrativamente.
He aquí, en apretada síntesis, todo cuanto uno, enfervorizado oyente suyo, aprendió de un "evangelista" de la Navidad:
No creamos que es fácil acceder a la experiencia de la Navidad. Se requiere y precisa, en primer término, una radical humildad. Sentirse pequeños y pobres, necesitados, menesterosos, es la condición previa e imprescindible para aproximarse al misterio de la Navidad. Los ricos, los autosuficientes, los llenos de sí mismos, aquellos que se lo saben todo y no tienen necesidad de suplicar ninguna ayuda, no podrán jamás acercarse al portal de Belén.
Navidad significa que Dios viene a salvar al hombre, y si el hombre se encuentra a sí mismo con todo ya resuelto, seguro, y en él no existen ni dudas, ni vacilaciones, ni desencanto, ni descosidos, ni rotos, ocurrirá que Dios no podrá hacer nada.
El Dios de la Navidad es el Dios de los desheredados y los pobres, no el de los satisfechos y pudientes. Cuándo y para quiénes llega Dios y en qué circunstancias se presenta, es la gran pregunta del Adviento. El Adviento no es sino la constatación dolorida, sangrienta incluso, de la necesidad absoluta del hombre que grita auxilio, porque no puede salvarse a sí mismo, está ciego y cojo, está paralítico, está al margen, no cuenta para nada, nadie le pide una opinión, y él no tiene solución alguna que ofrecer al remedio del mundo. Pues bien, por esos caminos llega Dios; de modo y forma que el primer temblor de emoción navideña se presenta justamente cuando alguien advierte que es un desposeído, que está mal, que la existencia entera le duele, que tiene todas las salidas cerradas.
La experiencia de la Navidad ocurre siempre en el límite. En Io último de las propias fuerzas, en el desgarro final del corazón, cuando ya no quedan palabras por decir, cuando se constata que todo, todo, parece imposible, en ese instante llega Dios a través de todas esas experiencias y se abren delante del hombre los caminos de Belén. Al final del camino está Dios.
Es la segunda condición imprescindible para poder celebrar con esperanza la Navidad: ponerse en camino. El que no anda no tiene Navidad. Los que están sentados no tienen Navidad. En los parapetos, en los sitios de abrigo, en las instalaciones seguras, en los refugios cómodos, en los amparos inmunizados contra la intemperie y el riesgo no llega Dios. Ni tampoco en la luz del pleno día llega Dios. Cuando se carece de ilusión y de espíritu de búsqueda se le impide a Dios que llegue. No es que Dios no venga, pues Io suyo es venir. Por todo Io humano viene Dios. Fijémonos bien, que viene incluso por el pecado. ¿Por el pecado puede llegar Dios? Nos parece inaceptable, escandaloso, es difícil de buenas a primeras admitirlo, pero es asi. Fijémonos en la genealogía de Jesús, que los evangelistas Lucas y Mateo nos colocan delante apenas abrimos su libro: en esa larga lista de los abuelos y abuelas de Jesús no todo es corrección y limpieza, hay también mucha realidad defectuosa, saltan a la vista infidelidades, rupturas, carencias de amor, aparecen, por ejemplo, prostitutas que son abuelas del Señor.
Es la tercera condición a tener muy en cuenta en el momento de emprender el camino hacia la Navidad. Necesitamos poner delante de nuestros ojos el pecado, esto es, hacer examen de conciencia. Nos hace falta asomarnos a ese abismo de miseria y desamor que es el pecado Navidad es que llega Dios dispuesto a inundar al hombre con toda su lluvia torrencial de bondad y misericordia. Dios no es más que amistad y sonrisa. En el desconsuelo y las ruinas aparece Dios que se muere de ganas por extirpar el pecado del mundo, por romper y eliminar las tinieblas del mundo. La Navidad es una luz en el corazón de la noche. El pueblo que caminaba entre tinieblas, dice la Escritura, vio una gran luz.
La cuarta condición para acceder a la experiencia de la Navidad es no dejar de seguir caminando en la oscuridad y el silencio de la noche. El primer gran desconcierto del misterio de la Navidad es que éste sucede en la ignorancia. Donde no sabemos es donde sabemos. El secreto de todos los secretos es lo que no sabemos. ¿Qué sabemos de la Navidad? Nada, no sabemos qué año ni qué dia aconteció el gran suceso de la Navidad. ¿El día 25 de diciembre? Desde luego que no. Lo que sí tenemos claro es que ocurrió en el silencio, porque si todo está poblado de gritos y de voces no se puede escuchar la Palabra, y la Navidad es que viene Dios y se hace Palabra. Lo dice el libro de la Sabiduría: "Un silencio sereno Io envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa, Señor, vino desde el cielo a la tierra". Así, pues, Io requerido, antes que ninguna otra cosa, es callar. Mientras hablamos estamos en el dintel, nos movemos sólo en los alrededores. Cuando entramos en el asombro de la cercanía y el amor de Dios nos callamos. Cuando todo se calla nace Dios.
Y ¿cómo nace? ¿Cuándo y de qué manera se nos muestra? Estamos ante la quinta condición para recibir la gracia de experimentar la Navidad. Se lo avisaron los ángeles a los pastores de. las cercanías de Belén: "Aquí tenéis la señal, encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". La señal y la certeza de que hemos entrado en el misterio del Portal de Belón es el encuentro con un niño que ni cuna tiene. Un niño es, Io sabemos perfectamente, el símbolo más evidente del desvalimiento total, la pequeñez suma, la completa debilidad. No entendemos nada, no podemos entender nada. Ocurre que cuando Dios quiso venir a decirnos quién era, empezó a hablarnos en un niño, pero cuidado: caigamos en la cuenta que un niño es toda una vida que empieza, un niño tiene dentro de él el futuro y la esperanza, un niño significa la caricia y la ternura de Dios.
Se llega así a la sexta condición indispensable para que nos sea posible vivir el gran milagro de la Navidad: valorar la pequeñez y la debilidad como corresponde. Hace falta descubrir al niño. La verdadera categoria cristiana no está en la grandeza, no está en los gestos y medios grandilocuentes, en el poder, en la fuerza, en el prestigio, en Io espectacular y aparatoso, sino en la humillación, y en lo que aparentemente no sirve para nada. Co explicó la Virgen Maria para que no pudiéramos venirnos a engaños: "Dios miró la humillación de su esclava". Cuando Dios mira, mira solamente la pequeñez. Los grandes no tienen dónde ser mirados. Por eso los grandes, los pudientes, cuantos tienen en su mano la facultad de dirigir el curso de la historia, las autoridades, tanto religiosas como políticas y militares, el Sumo Sacerdote, el Gobernador, el Rey, los listos, los sabios, dirigentes del mundo, no están en el Nacimiento. Están solamente los tontos, y el buey y la mula. Pero los que no están en Belén en ese momento aparecen todos en el Viernes Santo, y lo insultan en la cruz.
Es la séptima y última condición para echarse al camino de la Navidad: Dar muchas gracias a Dios por ser y saberse tontos y pobres. No deja de conmocionar y sorprender que Dios revele a los sencillos y los humildes. No nos importe en manera alguna ser los últimos, no poder contar para nada, no pertenecer a la jerarquía, ser desechados y no tenidos en cuenta. La verdadera dignidad cristiana no está sino en la santidad. Cualquier grado de santidad es más que el Papado, por ejemplo.... etc, etc.
Me conmueve y emociona poderosamente presentar y ofrecer este número especial de 'Providencia' pergueñado todo él con textos del P. Oliver escogidos aquí y allá de modo muy fervoroso por sus alumnos tan entrañablemente cálidos. Reunidos, a la manera de un tarjetón de felicitación navideña muy excepcional, estoy persuadido que ayudarán a nuestros lectores a entrar en esta época con el corazón lleno de villancicos.
Valentín Arteaga, C.R.
Prepósito Provincial de los Teatinos en España

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miércoles, 21 de noviembre de 2018

LA PALABRA CRISTIANO (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens

LA PALABRA CRISTIANO
Cristianoi aparece, por primera vez, por primera vez, en Los actos de los Apóstoles, capítulo XI, y esta palabra, nos cuenta el autor, Lucas, que fue inventada en Antioquía. Antioquía es la capital de Siria, (...) y ahí había un retén de romanos, soldados romanos que estaban, como siempre, en la frontera entre Asia y Europa, vigilando y manteniendo en paz, la paz precaria, a aquella gente. Y allí, una vez que llegaron Bernabé y Pablo, creció tanto la comunidad de los creyentes que por primera vez se llamó a los creyentes, cristianos: cristianoi. ¿Y qué es ser cristiano? Esta lección de historia del cristianismo, del devenir, el momento en que aparece por primera vez la palabra ya es sintomático. De forma que cristiano es una palabra que aparece en griego (evidentemente, se habla griego en todo el helenismo del primer siglo) es la palabra que aparece en un lugar de concentración grecorromana, entre paganos evidentemente, para nombrar a una comunidad que está creciendo y que los llaman, cristianoi.
(...) El verbo que se usa -Fueron llamados cristianos- es un verbo dudoso ¿Quién les llamó cristianos? ¿estos cristianos se autodenominaron cristianos o se les llamó cristianos?
Perterson, hace ya años, estudió la palabra en un libro. Parece ser cierto que lo que hemos de admitir es que la palabra cristianoi (los cristianos) no fue inventada por los cristianos, fue el retén romano, los soldados romanos que, controlando la situación, se dieron cuenta de que allí se movía una gente especial, unos judíos, pero con un color especial (los que llamamos ahora cristianos) que se reunían de vez en cuando, (eso lo veremos más adelante) que tenían sus funciones, sus encuentros de noche, y que, por tanto, como soldados, como policía de frontera, tenían que tener cuidado con ellos. Y así, para localizarlos, identificarlos, les pusieron un nombre -como ellos constantemente hablaban de un tal Cristós, Cristo- se les llamó cristianoi (cristianos). Nos parece evidente, pero no es tan evidente, porque resulta que, en aquel momento, cuando en el siglo I, poco pasada la primera mitad del siglo I, aparece la palabra cristianoi, o cristianós en singular; resulta que la terminación ianós, de Cristós, claro, pero ianós, solamente la usan los romanos en tres casos, en aquel momento:
Pompeianoi, Herodianoi y Cristianoi
Pompeianoi: son los partidarios de Pompeyo una vez que Pompeyo ha sido derrotado por César. Esos se llaman pompeianoi (los pompeyanos). En Judea, llaman Herodianoi, la palabra aparece en los Evangelios, aquellos partidarios de Herodes que, aquellos judios que apoyaban a Herodes, que siendo judío, era amigo de Roma; por tanto, los partidarios de Herodes, herodianoi. Los romanos que inventan la palabra Cristianoi, la inventan y le ponen el incremento ianós que, como digo, solamente se da en dos otras palabras y ambas con significación política. Pompeianoi son los partidarios políticos de Pompeyo, herodianoi son los judíos partidarios políticos de Herodes, cristianoi son los partidarios políticos de Cristo.
Por eso la palabra no pudo ser inventada por cristianos porque los cristianos no son partidarios políticos, pero los romanos que vigilaban, los veían como gente metida en política. ¿Que curioso, verdad? Entonces, la palabra es una etiqueta que pusieron los romanos para localizar fácilmente a estos cristianos. Eran gente sospechosa y, posiblemente, un movimiento político en efervescencia que en cualquier momento, como hacían los judíos, podía poner en peligro la paz y sobre todo el dominio de los romanos en aquellas fechas.
Es interesante, todavía, subrayar que, si la palabra nació en bocas paganas para bautizar a los cristianos y que estos paganos veían a aquellos cristianos a quienes conocían poco (solamente conocían por el nombre de Cristós que barajaban siempre) les pusieron un nombre con terminación política, la traducción sería: "partidarios políticos de un tal Cristós'', ¿por qué los cristianos lo aceptaron?
Porque a partir de ahora, se nota bien que San Lucas con mucho cariño, dice: -y por primera vez, la comunidad en crecimiento en Antioquía, se llamó, fue llamada cristianós-. ¿Por qué lo consigna sin protesta ninguna y por qué a partir de este momento en todos los documentos, incluso los romanos de Tácito, aparece la palabra cristianoi constantemente? ¿Por qué lo aceptaron los cristianos? Pues, posiblemente, porque se vieron muy bien retratados. Los cristianos entendían que no tenían nombre, se llamaban nazarenos, discípulos, hasta ahora, y a veces, judíos por las lenguas extrañas; se dieron cuenta de que, aun cuando la palabra entrañaba un sentido político, les definía perfectamente: son los que siempre están hablando de Cristo, aquellos partidarios, pero partidarios en cuerpo y alma de Cristo, aquellos que por Cristo darían la vida y la sustancia como harán después; puesto que ante los tribunales los cristianos dirán siempre: Cristianus sum, no tengo más etiqueta, más nombre que llamarme cristiano, cristianós.
Con ello hemos explicado el aparecer de la palabra. Hemos dicho que esta palabra es una palabra que nace y que sigue creciendo y que el contenido de esta palabra, el ser de cristiano, es también un ser difícil de definir, porque tiene mucho más de profecía que de pasado.

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NACER, VIVIR, PADECER Y MORIR ((P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens


NACER, VIVIR, PADECER Y MORIR
Esta es la vida de Cristo que, al tiempo que la existencia que se va desarrollando como la nuestra, es Palabra, Palabra de Dios. Dios habla en el nacimiento de Jesús y, por tanto, yo habré de preguntarme cómo y para qué nace Cristo, porque eso ilumina el por qué y para qué he nacido yo. Y lo mismo cuando Cristo padece y muere, pero cuidado con las respuestas prematuras, porque decir que Cristo padece y muere 'para lavar nuestros pecados' es muy fácil. ¡Mucho cuidado! ¡El pecado no es tan importante! Es mucho más importante aprender a llevar nuestra cruz como la llevó él, y aceptar nuestra muerte como la aceptó él.
No quito importancia al pecado, pero es tan importante como para decir que si el hombre no hubiera pecado Dios no habría nacido. El pecado del hombre es un atentado contra el plan de Dios en el desarrollo del universo, pero nunca va a tener tanta fuerza como para cambiar "el Proyecto" de Dios de que habla San Juan al comienzo de su evangelio, la "Palabra" que existía antes de la creación del mundo. Engrandecer o aumentar la importancia del pecado es propio de los protestantismos. Los protestantes son los que dicen que el pecado taró al hombre en su propio centro, hasta el cogollo, y esto es un error. El catolicismo siempre ha dicho que el pecado no tocó al hombre en su centro; el hombre sigue siendo bueno en su cogollo, la esencia del hombre es buena.
¿Entonces Jesús no padeció y murió por nuestros pecados? No, absolutamente no, es lo que dice el P. Schillebeeckx. Así como no nació porque habíamos pecado, tampoco padeció porque fuera necesario para redimirnos. Es cierto que su pasión y muerte nos lavó del pecado, pero Cristo padeció y murió por otras razones mucho más importantes, como dar sentido al padecer y morir, que forma parte de la vida del hombre, que es donde Dios se manifiesta del todo. En esos momentos cruciales y definitivos es donde la vida de Jesús es palabra de Dios, y la nuestra también.
La teoría de la reparación infinita hace a Dios sanguinario
Cuando decimos que Cristo padeció y padeció terriblemente la traición, el abandono de los suyos, la flagelación, la muerte en la cruz... para pagar por nuestros pecados, estamos diciendo que el Padre de Jesús es un gran administrador de la justicia, que se va a cobrar hasta el último céntimo de nuestra rebeldía. Como el hombre pecador ha ofendido a Dios y no tiene con qué reparar la ofensa, tiene que ser Dios mismo quien diga: ¡Pues mandaré a mi Hijo para que pague, o sea, que se lo carguen bien y limpie así el pecado del hombre y mi reputación! Esta es la interpretación que hemos hecho de la pasión y muerte de Jesús.
¿Era necesario que Cristo padeciera lo que padeció? Esta pregunta se la hizo San Pablo, pero no dijo la respuesta. Y nosotros decimos: -Como la ofensa del hombre a Dios era infinita por ser él infinito, ya que la ofensa se calibra no por el que la hace sino por el que la recibe, el pecado del hombre tenía una dimensión infinita y como el hombre no tiene con qué pagar esa ofensa, Dios, que es bueno, se saca del bolsillo la solución: -O yo me encarno o se encarna mi hijo, y aunque a él lo van a triturar, yo quedaré satisfecho. Así que, mientras Cristo era ultrajado y moría en la cruz, el Padre del cielo iba quedando satisfecho.
Además, esta forma de pensar estaría proponiendo que el buen cristiano ha de cobrar hasta el último céntimo a sus deudores. ¿No podía el Señor haberse contentado con el primer vagido y quejido de Jesús cuando nació en Belén? Nació de María y al nacer, supongo, lloraría. Dios podría haber dicho a los hombres: -¡Ya basta, ya no necesito más reparación; sólo por esa lágrima de mi hijo os perdono! Pero no, prefirió que viviera treinta años de mala manera, permitió que fuera un tormento constante para su Madre, que sus amigos le traicionaran, que los sacerdotes y fariseos le persiguieran hasta la muerte... Si entendemos así la pasión y muerte de Jesús tendríamos un Dios sanguinario, que no queda tranquilo hasta que el hombre pague la deuda del pecado. Y esta sería nuestra visión, una teología económica de la redención. ¿No es esto una economía de mercado? ¿Dónde queda la palabra y la verdad de la vida Jesús?
Jesús es la palabra de Dios que existía al principio, "Sin él no se hizo nada de cuanto se hizo", y viene a la tierra y sigue viniendo por todos los caminos de la creación, y cuando ya está entre nosotros recorre todas las etapas de nuestra vida: nace, vive, padece y muere como nosotros, porque es hombre. Él es una palabra viva, una palabra de Dios sobre el nacer del hombre; una palabra de Dios sobre el vivir del hombre; una palabra de Dios sobre el padecer, sobre nuestro sufrimiento; una palabra de Dios sobre la muerte. Por tanto, Cristo es el sentido de la creación, toda la creación camina para él y hacia él y así, en el nacer, vivir, padecer y morir de Cristo adquiere sentido el nacer, vivir, padecer y morir del hombre. Cristo es ta Palabra de Dios hecha carne para que la carne del hombre entienda cual ha de ser su destino.
Lo que hemos hecho hasta ahora ha sido desmantelar la fortaleza de esa doctrina medieval que ha llegado hasta nuestros días y en la que nos habíamos refugiado. Espero que lo hayamos conseguido.

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REPERCUSIÓN DE LA MUERTE DE CRISTO EN EL HOMBRE (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens


REPERCUSIÓN DE LA MUERTE DE CRISTO EN EL HOMBRE
Cristo, el que nace, vive, padece y muere es una sola realidad, una sola persona; esto quiere decir que cuando el hombre Jesús padece, Dios padece en él, y cuando yo padezco, Dios padece en mí; lo más divino de mí está padeciendo. Es decir, que el dolor sucede en mí en lo que tengo de Dios, no en lo que tengo de hombre. Y a lo mejor la alegría sucede en mí en lo que tengo de hombre y no en lo que tengo de Dios. Con lo cual estoy diciendo que el hombre que no padeciera no habría llegado a la presencia total de Dios en sí; y que si el hombre no muriera, Dios no se produciría en totalidad en el hombre. De hecho, la teología cristiana siempre nos ha dicho que morirse es entrar para siempre en Dios, o que Dios entra para siempre en mí; yo acabo de ser el que he de ser, divino, para siempre, en la muerte. Con ello estamos diciendo que la pasión y muerte de Jesús no son principalmente para redimir el pecado, sino la palabra de Dios sobre el hombre.
El dolor y la muerte: puerta de salvación
Notemos bien que Cristo dijo: "Lo que hagáis a mis pequeños a mí me lo hacéis". Esto es un misterio; ni yo Io sé ni lo sabe nadie, pero cuando yo me muero y todo lo mío pasa a Dios, no sé en qué profundidades misteriosas, yo no muero sin que Dios esté conmigo en ese momento. Por eso Jesús, en el momento de morir, se sobresaltó cuando sintió que Dios se le iba. Esto fue una sorpresa a la que Dios quiso someterle y que provocó en Jesús la exclamación: "¡Padre!, ¿por qué me has abandonado, como diciendo: -Ahora, cuando más necesito a Dios, parece que Dios se ausenta. El sentimiento terrible de que Dios se va, prueba por la cual pasó Jesús y por la cual pasan ciertas personas, no precisamente ateas, puede sucederle a cualquiera.
Aquí hay que recordar que por algo los griegos, que pensaban tan profundamente estas cosas hace 1.600 años, pusieron en el credo esa expresión de que "Cristo bajó a los infiernos". No es que Cristo bajara al infierno, sino a las profundidades misteriosas de lo humano: la muerte. Noten bien que lo que voy a decir ahora vale igual para Cristo que para nosotros. Cristo es la palabra a nuestro dolor y a nuestra muerte. Según San Basilio, el gran pensador griego de la capadocia, dice que cuando Cristo muere su sangre gotea no sólo sobre la piedra del calvario, sino que "las gotas de la sangre de Cristo taladran la tierra y alcanzan su mismo eje".
O sea, que la muerte de Jesús le condujo, para redimirnos a todos, a las profundidades de la existencia. Pero no creas que solo llega ahí; esa sangre alcanza las profundidades incalculables del cosmos entero, el hermoso cosmos de los griegos, así como también las profundidades de todas las cosas, incluidas las negras. Es decir, la muerte de Jesús significa mi muerte, y ésta es de tal categoría que hace que mi ser alcance las profundidades de toda la historia y de toda geografía. Cristo, que es Alfa, también es Omega. La muerte tiene sentido redentor. Ya no hay muerte sin que el cosmos entero, las estrellas que están a millones de años luz de nosotros, se sacudan y se conmuevan y de alguna forma entren a formar parte de mi gloria y de mi gracia en la eternidad.
Con su muerte, Cristo alcanzó las profundidades del dolor; a partir de hoy jamás el hombre experimentará un dolor tan profundo y tan negro que en él no encuentre a Cristo, porque ya estuvo allí. Jamás el hombre experimentará la desolación de las amistades que traicionan y se van, sin que se dé cuenta de que en la traición más profunda y negra estuvo ya presente Cristo en su pasión y muerte. Y jamás el hombre experimentará una muerte tan atroz, tan negra y tan desamparada que, una vez en ella, no encuentre al Cristo redentor que ya estuvo allí.
Lo humano vencedor de la muerte
Y por fin, dice San Basilio, no creas que cuando Cristo alcanza el eje de la tierra se queda en él. Cristo ha retornado vencedor, glorioso e inmortal de esas profundidades. Así que cuando sientas el desamparo y apures las hieles de la soledad más negra y funesta, has de saber, no sólo que Cristo estuvo allí, sino que desde allí volvió vencedor. No hay camino, negrura o pozo en esta vida que no tenga retorno, un retorno que nos conduce a la eternidad. He aquí cómo San Basilio ve la figura de Cristo como solución y redención para todos nosotros. La única manera de llegar a esas profundidades inaccesibles es a través de la muerte que se abre a un más allá sin fin.
Para concluir: Jesús es, con su vida, la palabra definitiva sobre nuestra propia vida. Gracias a Dios sabemos que todo lo que soñamos, anhelamos y deseamos a tientas y en tinieblas, un día será verdad, porque Cristo pasó por ello. Gracias a Jesús sabemos que el dolor y la muerte son las puertas que Dios ha puesto al hombre para la fabricación y la salvación de sí mismo. Si entendemos así la Pascua todos los rincones de lo humano se llenan de primavera y los pajaritos se ponen a cantar por todas las esquinas. Jesús está aquí en nuestra vida como si viniera de lejos, cargado de palabras y como si nos acompañara, hasta el fin, cargado de promesas.

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LA RELIGIÓN NO OFRECE SEGURIDAD, OFRECE INSEGURIDAD (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens

LA RELIGIÓN NO OFRECE SEGURIDAD, OFRECE INSEGURIDAD
La religión no da seguridad ninguna. Si da seguridad, es una abdicación a la Libertad. Quien se siente seguro gracias a la religión no tiene religión. Pero quien se pregunta si se está portando bien, si ve lo que debe de ver, sí la tiene. Es mejor la inseguridad sin religión que la religión con seguridad:
- ''Vendrán de Oriente y Occidente gentes de mal vivir que os precederán en el Reino de los cielos'', y la frase no es mía, es de Cristo.
Tú puedes llevar una vida desarreglada pero con inquietud, que bastante religión es la inquietud, pero si te sientes tranquilo, porque crees tener mucha religión, careces de inquietud alguna.
La religión ofrece INSEGURIDAD porque es la constante pregunta. ¿Qué es, sino, el amor?: un juego que se da y no se da, un conocimiento y, a la vez un desconocimiento, un amarse y no acabar de amarse. El amor es un rostro que se asoma y se retira, que se da y se des-da, que se muestra, pero se muestra de lado, que se entrega, pero es promesa a la vez. El amor es la sorpresa constante.
La vida humana es tener y no tener: estamos en la vida pero, a la vez, no lo estamos. Ésa es la realidad del Hombre. Poseemos, pero no poseemos del todo. Gozamos, pero no acabamos de gozar. Sufrimos, pero no todo es sufrimiento. Ésa es la condición del Hombre en la Tierra. Luego de seguridades, nada.
Una religión que ante este titubeo constante, ante este caminar de lado por la vida va diciendo que si tú haces tal y tal cosa podrás ir seguro, que la religión lo arregla todo (y eso se expende todavía y a muy buen precio), es la abdicación de la religión. Incluso hay quien promete la Vida eterna. Cristo la prometió, desde luego, pero ¿a quién? Al Hombre, que es el titubeo constante. Por tanto, los que titubean tienen la vida eterna, los demás, no la tienen. Una religión que expende seguridades no es cristiana, y el verdadero cristiano, encima, no las quiere. El verdadero cristiano no espera nada: ''No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera''.
Dios es aquello que se VIENE, pero aquello que se viene desde dentro, no desde fuera. Dios es aquello que esperamos, aquello que esperamos teniéndolo ya. En Dios esperamos, gracias a que viaja con nosotros. O al revés: Dios viaja con nosotros como una inmensa esperanza. Dios es aquello que hace de contrapeso entre lo que ya somos y lo que todavía no somos.
Todo lo humano es una inmensa INSEGURIDAD. Los tuertos ven, naturalmente, pero pueden creer que ven bien y eso es peligroso, es decir, pueden hacer del ''todavía no'' un ''ya''. Los cristianos vemos sin ver, oímos sin oír, caminamos sin caminar, ¿no será que vamos por la vida sin darnos cuenta de que lo que vemos es sólo un preludio de lo que hemos de ver? La inseguridad, el titubeo constante, el buscar, es típico de la religión. Para los cristianos todo ha de quedarse en pregunta: ¿vemos lo que debemos de ver?, ¿vamos por el camino que debemos ir? Y una vez hallado lo que buscamos, que nos nazcan más ganas de seguir indagando y buscando.
El Hombre nunca estará satisfecho, pues por mucho ''ya'' que lleve almacenado siempre será un ''todavía no''. Además, la idea de que el Hombre no sabe exactamente lo que ve y lo que oye es una de las enseñanzas de Cristo: ''Mirad, mirad...'', que posiblemente es el fundamento de la religión (para los griegos lo es, desde luego, pues la raíz de mirar y la raíz de ''Dios'' es la misma). Un hombre que sabe mirar se da cuenta de que no puede ir por la vida con las seguridades y rutinas que ofrecen ciertas religiones.

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