jueves, 4 de abril de 2019

REPERCUSIÓN DE LA MUERTE DE CRISTO EN EL HOMBRE (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens

REPERCUSIÓN DE LA MUERTE DE CRISTO EN EL HOMBRE
Cristo, el que nace, vive, padece y muere es una sola realidad, una sola persona; esto quiere decir que cuando el hombre Jesús padece, Dios padece en él, y cuando yo padezco, Dios padece en mí; lo más divino de mí está padeciendo. Es decir, que el dolor sucede en mí en lo que tengo de Dios, no en lo que tengo de hombre. Y a lo mejor la alegría sucede en mí en lo que tengo de hombre y no en lo que tengo de Dios. Con lo cual estoy diciendo que el hombre que no padeciera no habría llegado a la presencia total de Dios en sí; y que si el hombre no muriera, Dios no se produciría en totalidad en el hombre. De hecho, la teología cristiana siempre nos ha dicho que morirse es entrar para siempre en Dios, o que Dios entra para siempre en mí; yo acabo de ser el que he de ser, divino, para siempre, en la muerte. Con ello estamos diciendo que la pasión y muerte de Jesús no son principalmente para redimir el pecado, sino la palabra de Dios sobre el hombre.
El dolor y la muerte: puerta de salvación
Notemos bien que Cristo dijo: "Lo que hagáis a mis pequeños a mí me lo hacéis". Esto es un misterio; ni yo lo sé ni lo sabe nadie, pero cuando yo me muero y todo lo mío pasa a Dios, no sé en qué profundidades misteriosas, yo no muero sin que Dios esté conmigo en ese momento. Por eso Jesús, en el momento de morir, se sobresaltó cuando sintió que Dios se le iba. Esto fue una sorpresa a la que Dios quiso someterle y que provocó en Jesús la exclamación: "¡Padre!, ¿por qué me has abandonado, como diciendo: -Ahora, cuando más necesito a Dios, parece que Dios se ausenta. El sentimiento terrible de que Dios se va, prueba por la cual pasó Jesús y por la cual pasan ciertas personas, no precisamente ateas, puede sucederle a cualquiera.
Aquí hay que recordar que por algo los griegos, que pensaban tan profundamente estas cosas hace 1.600 años, pusieron en el credo esa expresión de que "Cristo bajó a los infiernos". No es que Cristo bajara al infierno, sino a las profundidades misteriosas de lo humano: la muerte. Noten bien que lo que voy a decir ahora vale igual para Cristo que para nosotros. Cristo es la palabra a nuestro dolor y a nuestra muerte. Según San Basilio, el gran pensador griego de la capadocia, dice que cuando Cristo muere su sangre gotea no sólo sobre la piedra del calvario, sino que "las gotas de la sangre de Cristo taladran la tierra y alcanzan su mismo eje".
O sea, que la muerte de Jesús le condujo, para redimirnos a todos, a las profundidades de la existencia. Pero no creas que solo llega ahí; esa sangre alcanza las profundidades incalculables del cosmos entero, el hermoso cosmos de los griegos, así como también las profundidades de todas las cosas, incluidas las negras. Es decir, la muerte de Jesús significa mi muerte, y ésta es de tal categoría que hace que mi ser alcance las profundidades de toda la historia y de toda geografía. Cristo, que es Alfa, también es Omega. La muerte tiene sentido redentor. Ya no hay muerte sin que el cosmos entero, las estrellas que están a millones de años luz de nosotros, se sacudan y se conmuevan y de alguna forma entren a formar parte de mi gloria y de mi gracia en la eternidad.
Con su muerte, Cristo alcanzó las profundidades del dolor; a partir de hoy jamás el hombre experimentará un dolor tan profundo y tan negro que en él no encuentre a Cristo, porque ya estuvo allí. Jamás el hombre experimentará la desolación de las amistades que traicionan y se van, sin que se dé cuenta de que en la traición más profunda y negra estuvo ya presente Cristo en su pasión y muerte. Y jamás el hombre experimentará una muerte tan atroz, tan negra y tan desamparada que, una vez en ella, no encuentre al Cristo redentor que ya estuvo allí.
Lo humano vencedor de la muerte
Y por fin, dice San Basilio, no creas que cuando Cristo alcanza el eje de la tierra se queda en él. Cristo ha retornado vencedor, glorioso e inmortal de esas profundidades. Así que cuando sientas el desamparo y apures las hieles de la soledad más negra y funesta, has de saber, no sólo que Cristo estuvo allí, sino que desde allí volvió vencedor. No hay camino, negrura o pozo en esta vida que no tenga retorno, un retorno que nos conduce a la eternidad. He aquí cómo San Basilio ve la figura de Cristo como solución y redención para todos nosotros. La única manera de llegar a esas profundidades inaccesibles es a través de la muerte que se abre a un más allá sin fin.
Para concluir: Jesús es, con su vida, la palabra definitiva sobre nuestra propia vida. Gracias a Dios sabemos que todo lo que soñamos, anhelamos y deseamos a tientas y en tinieblas, un día será verdad, porque Cristo pasó por ello. Gracias a Jesús sabemos que el dolor y la muerte son las puertas que Dios ha puesto al hombre para la fabricación y la salvación de sí mismo. Si entendemos así la Pascua todos los rincones de lo humano se llenan de primavera y los pajaritos se ponen a cantar por todas las esquinas. Jesús está aquí en nuestra vida como si viniera de lejos, cargado de palabras y como si nos acompañara, hasta el fin, cargado de promesas.

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