miércoles, 10 de abril de 2019

EL TRIUNFO SOBRE EL DOLOR (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens

EL TRIUNFO SOBRE EL DOLOR
Cristo, Palabra de Dios entre nosotros, topa con el dolor en su vida humana, lo toma en serio y nos previene, cuando llega la tentación, de las soluciones fáciles; las tres grandes tentaciones le sacudieron el alma, pero él las venció. Y además de esas tres tentaciones, Cristo sufrió la continua tentación de los fariseos, que le hicieron la vida imposible; la de sus familiares y amigos, que no aceptaban que ese muchacho, hijo de José y María, dijera cuatro palabras coherentes y, al final, la de sus mismos discípulos, que no aceptaban un mensaje que acaba en la muerte, y la muerte en cruz.
El dolor cierra horizontes
Dicho esto damos un paso más. Pretendemos con la lección de hoy referirnos a la creación, una creación que nos va a llevar desde lo periférico a Io nuclear y ahí nos encontramos con el dolor y desde el dolor, pasando por él, caminar hacia la consumación escatológica de toda la realidad. Para ello vamos a usar los textos de San Pablo. Sabemos que todo lo que sucede en la creación sucede en profecía y en promesa, y a través del dolor. Pero hay que tener en cuenta que si perdemos de vista el horizonte escatológico jamás encontraremos explicación o calmante al dolor que padecemos. Lo digo porque es propio del dolor humano el nublar los horizontes, al rebajarlo a lo inmediato. Cuando te encuentras bien abres los ojos ves lejos y te entusiasmas con el futuro, pero al llegar el dolor y te flagela, las pupilas se te cierran y cada vez verás menos.
Piensen ustedes en el dolor y la humillación de Job al perder todo; es parecido a lo que nos sucede cuando una familia queda desecha por un accidente. Ese dolor nos cierra los ojos y, por muy cristianos que seamos, la vida se vacía de sentido. Esto es propio del dolor humano. Si fuera al revés, si el dolor nos hiciera reaccionar y siguiéramos viendo nuestro horizonte, el dolor tendría sentido. Esto hay que saberlo, y deberíamos preguntarnos por qué no reaccionamos psicológicamente así, sino justamente al revés, cuanto más sufrimos más nos recluimos en el campo del sufrimiento. Es como cuando un ejército se repliega ante el ataque furioso del enemigo, los soldados dispersos caerían uno tras otro. La naturaleza es así, se repliega ante el dolor y se defiende como los soldados en las batallas. Es una reacción psicológica propia de la naturaleza, de lo animal que hay en ella; al replegarse pretende acumular fuerzas para defenderse, y esto causa un dolor espiritual mayor. Pero, si en vez de encogernos, fuéramos capaces de abrimos, y dejáramos que los horizontes dijeran su palabra, entonces el dolor adquiriría sentido.
La mejor solución no es encogerse sino que, mientras curamos la herida, deberíamos mirar hacia adelante y ensanchar los espacios de contemplación, para poder percibir desde ella alguna explicación o, quién sabe, alguna consolación venida de lejos.
El sentido redentor del dolor de Cristo los abre
Por eso digo que empezamos hoy la lección con un horizonte lejano, que es el que nos insinúa San Pablo cuando nos habla del sufrimiento en el contexto de la creación que gime y clama por su liberación. La explicación, la palabra de Dios sobre el dolor -que es Jesucristo- es una palabra de redención. Cristo es el redentor, y el dolor con el que redime es existencial, humano; los animales no padecen en la dimensión humana, evidentemente.
Volvamos a preguntamos: ¿Hay una palabra de revelación sobre el dolor que no sea filosófica, que no sea mero consuelo o resignación, pero que sea liberadora? Los cristianos sabemos que esa palabra es Jesucristo. El Cristo que es hombre y Dios a la vez, en una vida humana como la nuestra y divina porque es Dios. Dios nos ha dicho en Cristo su palabra sobre el dolor sufriéndolo y combatiéndolo en su propia vida.
Además, esa palabra de Cristo, hijo de la misma creación en la que estamos nosotros, tiene una dimensión redentora, re-creadora, porque Cristo no solamente sufrió, sino que bajó a los infiernos del dolor, a las profundidades, "ínfera", según el hermoso testimonio de San Basilio. Y desde allí redime, desde allí llena de luz las profundidades de lo humano. La sangre de Cristo en la cruz no sólo manchó la tierra del Calvario, sino que la taladró hasta su eje para redimir al mundo y la historia. El cogollo de la historia ha sido redimido por el dolor, por la sangre de Cristo, y las profundidades de lo humano han sido ocupadas por Cristo; los agujeros más negros del dolor humano han tenido ya la presencia de Cristo. Cristo ha bajado a los infiernos del dolor y a las soledades devastadas por la muerte, de foma que si te metes en el agujero más negro de la historia de la humanidad, encontrarás a Cristo. Y aún cuando digas que no es posible más negrura, que no hay vuelta atrás, que de ahí es imposible salir, como nos pasa tantas veces ante una traición, un sufrimiento, o algo inexplicable... de ahí ha salido Cristo.
Cristo ha vuelto triunfante de las profundidades del dolor
San Basilio dice que Cristo ha estado en las profundidades de todo dolor y de ellas ha vuelto triunfante, lleno de vida. Esto es fundamental, porque quiere decir que jamás llegarás a un agujero de destrucción donde Cristo no haya estado, y desde el cual no haya vuelto victorioso, para que podamos remontar con la bandera de la victoria en nuestras manos. Ahí ha estado un hombre como nosotros que ha llenado todo de luz y de triunfo. Y esto porque el Dios encarnado se ha colocado en el tiempo de la re-creación, el tiempo de la historia, y se ha enfrentado en la lucha contra el dolor en el seno del hombre que sufre.

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