sábado, 13 de abril de 2019

EL SUFRIMIENTO ES EL CAMINO DE DIOS (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens

EL SUFRIMIENTO ES EL CAMINO DE DIOS
Cristo nos ha dicho que Él sufre en todos los que sufren, y que ha sido enviado a redimir a todos los que padecen: los pobres, los desamparados, los desvalidos, los desechados, los pequeños de este mundo. ¿Recuerdan la palabra "tapeinós''? Lo pequeño, en el Evangelio, es Io preferido de Dios. Cristo ha sido enviado a lo pequeño, a lo encogido. Cuando el dolor te arruga y te encoge, a ese encogimiento tuyo ha sido enviado Cristo. Claro que también lo ha sido para las cosas grandes, pero no debemos olvidar que, como todo lo humano es dual, aunque yo pueda llegar a una altura humana considerable, esa altura también está llena de lagunas y pequeñeces; casi todos somos grandes por algún lado, pero pequeños por otros mil. A todos ha llegado Cristo. Ni siquiera podemos decir que Cristo no ha venido a lo que yo tengo de santo, porque aún me quedan agujeros que salvar. Es como el queso, aunque esté entero siempre tiene agujeros. Cristo ha venido a liberar a los que sufren, pero sobre todo a las zonas sufrientes de cada uno.
Por eso, si yo soy feliz por algún lado de mi existencia, posiblemente Dios esté ahí también, no hay que desecharlo; pero Cristo ha sido enviado sobre todo a ese lado de mi existencia en el que la maldigo. Aunque toda la humanidad fuera totalmente feliz seguiría necesitando a Cristo, al menos para saber dar gracias a Dios, pero sobre todo le necesitamos por donde es infeliz, pues por donde las cosas van mal es por donde Dios llega a nosotros. El sufrimiento tiene explicación y sentido en Cristo, porque él es el camino hacia Dios.
El "logos" de Dios se encarna en el dolor de la vida
Nos vale el ejemplo de la lección de Navidad: Cristo, que es el "logos" de Dios, la palabra que Dios dice al hombre, pudo haberse encamado en el emperador de Roma, habría sido grande, el amo del imperio romano; o habría podido encarnarse en un hombre logrado, como tantos cristianos creen, pero nació niño y se metió en el cuerpecín de un pequeñajo... Este es el detalle: vino y eligió lo más inpreparado del mundo al nacer, un niño, necesitado de otro ser humano de lo más débil, una mujer. Dios se mete en la existencia como un idiota perdido, como todos los niños, necesitando todos los cuidados de su madre, pero también expuesto a que ella le dejara tiritando de frío durante tres o cuatro horas y morir totalmente desvalido e incluso a merced de que hasta se lo pueda llevar un perro.
Así viene Dios al hombre. ¿Por qué no escogió la encarnación en un hombre de 50 años, pleno de vida, estoico, sereno, sabio, o con el timón del mundo en la mano, como Julio César o como cualquier emperador romano? ¿Por qué prefirió empezar por ser desvalido? Esto quiere decir que el hombre, cuanto más niño es, más cerca de Dios está, dado que él no necesita grandezas humanas para arreglar el mundo ni para escurrir el dolor; le basta la disponibilidad, que siempre es pequeña, que justamente es la actitud de la creación y del hombre que sufre. Este hijo del hombre e Hijo de Dios nos va a decir con su vida: "Lo que hagáis a cualquiera de mis pequeños, a mí me lo hacéis". Desde entonces, un beso o una bofetada a uno de los más pequeños es un beso o una bofetada a Dios.
Cuando dice el evangelista que Dios se encarna como el "logos" divino en la vida humana, perecedera y mortal, y en el agujero del dolor o de la insuficiencia de cualquier hombre, está diciendo que estamos en el tiempo de la creación en marcha, de la encarnación, y este tiempo no se explica desde la existencia temporal, sino desde el punto Omega y final de la creación, desde la resurrección, desde la Pascua.
...y la explicación de la vida es la resurrección de Cristo.
Ningún evangelista tomó apuntes nunca en la vida de Cristo. Los evangelistas empezaron a escribir en el año 70, 40 años después de la muerte de Cristo, y es que solamente se dieron cuenta de la maravilla que era este Hombre-Dios cuando ya se había ido, cuando había resucitado. La explicación de la vida de Cristo es su resurrección. A Cristo se le entiende desde su final, no antes -esto lo saben los existencialistas, y al mundo se le entiende desde la consumación final, no antes. Luego cuando sepamos quienes somos nosotros, qué es el mundo y qué sentido constructivo tiene el dolor en el hombre y en el mundo, será en la contestación del final de los tiempos, no antes. El único enfoque posible y total de la existencia humana y del ser de la creación se logra desde la consumación. Vamos a leer el Juicio Final de San Mateo.
San Mateo, en el capítulo 25, monta una tramoya de auto sacramental, en el que él mismo no cree pero, para dar una lección a los judíos sobre cómo será el fin de los tiempos, les cuenta una parábola sobre el día del Juicio Final. Como los judíos pensaban que el Juicio Final lo hará el mismo Dios, el Creador del mundo, para sorpresa de ellos y de ciertos cristianos de hoy, San Mateo comienza diciendo: -Allá, al final de los tiempos, todas las naciones del universo se sentarán en el valle de Josafat, para escuchar el veredicto del Juez, y cuando todos estén reunidos aparecerá... ¿quién?, ¿el Dios creador...? iNo! San Mateo dice: -Cuando todos estén convocados para el juicio... "entonces aparecerá el Hijo del Hombre". Ya destrozó el Juicio Final que esperaban los judíos. Será "el hijo del Hombre" quien juzgará. Por tanto, la medida, el metro con el que seremos medidos, es el hijo del Hombre, no el Dios Creador del Universo, ni siquiera el Padre. La carne de Dios, Dios encamado, el Hijo, el Hombre será el que nos juzgue.
El juicio final de San Mateo
No hay pues Juicio Final del último día. Pero San Mateo tiene una intención al poner como juez al hijo del Hombre. Y ahora viene la pregunta fundamental y magistral del evangelista: ¿Y cómo nos juzgará?, ¿en qué consistirá el examen que va a hacer ese hijo del Hombre para ver si pasas o no? Muy judaicamente, San Mateo divide por la mitad el Juicio Final y dice que habrá derecha e izquierda, como en política. Y una vez que estemos allí, el hijo del Hombre planteará una cuestión que repite cuatro veces: "Tuve hambre... ¡Ya hay un miserable en marcha! ¿Por qué no plantear, curiosamente, que estaba haciendo un viaje en avión y...? No, eso no vale. El espectáculo tiene otro matiz. ¿Nos damos cuenta lo que significa que el hijo del Hombre tuvo hambre? ¿que Dios tuviera hambre? He aquí cómo aparece el dolor en el Juicio Final, donde la vida del hombre adquiere su dimensión única y real. A Dios encarnado no se le ocurre otra cosa que poner a la humanidad, al hombre que sufre ante él precisando: "Yo tuve hambre, ¿me diste de comer?, porque lo que haces con los que tienen hambre me lo haces a mí". Y la misma pregunta: "Tuve sed, ¿me diste de beber? Estaba en la cárcel, ¿fuiste a verme? Estaba desnudo, ¿me echaste un capote encima?. Si la contestación es sí, a la derecha, si es no, a la izquierda. No hay más.
Lo sorprendente es que San Mateo, como de propina, pero muy acertadamente, añade: -Y entonces los de la izquierda levantarán la mano y dirán: "Señor, ¿y cuándo te vimos hambriento y no te dimos? ¡Valiente idiotez!, éste no sabía nada de nada, éste no sabía ni siquiera que cuando hay un hambriento es Dios quien pasa hambre. "Señor, ¿y cuándo te vimos sediento y no te dimos de beber?" Y el Señor contestará: "Lo que no hicisteis con mis pequeños, conmigo no lo hicisteis". Otra vez mis pequeños, con los grandes no. Y el de la izquierda volverá a insistir, levantando la mano: "¿Cuándo te vi yo así?" Porque verte de verdad fue cuando predicabas en las plazas: "Nosotros somos los que hemos comido y bebido contigo". ¿Ustedes se figuraban que el de la izquierda fuera un japonés que no conocía la religión cristiana, pero que comió y bebió con el Señor en la Eucaristía? O sea, que San Mateo se está refiriendo a los cristianos que no lo eran y a lo mejor hasta fueron capaces de curar a otros milagrosamente...
San Mateo es malísimo, porque se toma las cosas muy en serio. Esta comedia o este auto sacramental que monta está perfectamente estudiado para su auditorio: judíos convertidos, contemporáneos de Cristo, con mucha información judaica y hasta nosotros, con mucha formación cristiana. San Mateo quiere desmontar el tinglado y llevar al judío al corralillo pequeño y muy estrecho de lo que es esencialmente cristiano. Y lo esencial aparece desde la proyección de la eternidad. El juicio se hace con la pregunta: "¿me diste de comer cuando tuve hambre?" Parece que San Mateo no sabe nada de ir a misa los domingos. Ser bautizado, comulgar o ir a misa no vale nada cuando no se es capaz de ver el dolor, al pasar de largo ante él. Y por si alguno todavía no se había enterado, ahora dice lo mismo de otra manera, porque siempre hay algún chulo que levanta la mano y dice: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento...?" Cristo le contestará: Los que pasaban hambre y frío, los que estaban en la cárcel..., cualquiera de estos que visteis era yo mismo. Y Cristo sigue insistiendo: "Lo que no hicisteis con los pequeños, dejasteis de hacerlo conmigo;¡id al fuego, malditos!" Lo del fuego eterno también es muy judío y lo dejamos por ahora.
Esta es la proyección que tiene el dolor en la eternidad, presentada desde el Juicio Final. El cristianismo ha de ver toda la realidad en función de si la vida humana, que es el hombre, camina o no hacia eso que llamamos consumación, ha de contemplar su vida desde el Final.
El final ilumina la existencia
Es lo que vamos a intentar ahora en unas palabras más fáciles, porque si retenemos lo que hemos dicho ahora, ya tenemos elementos suficientes para trabajar. Recordemos el esquema de la visión de la teología cristiana: el primer momento, el Nº 1 corresponde a la puesta en marcha de la creación, de la historia; el segundo, el Nº 2 a la encarnación, a la historia ya en marcha, y la salvación o consumación es el Nº 3. Y decíamos que estos tres momentos son solidarios, están entrelazados y uno implica y necesita del otro.
Evidentemente, no se da encarnación sin creación, pues ¿dónde se iba a encarnar el Hijo de Dios? Ni se da, ni se habría dado la encarnación de Dios si no es para la consumación, la santificación o la salvación. No se pueden separar estas tres etapas. Son tres etapas de la vida con un solo sentido, en una sola dirección; como no se pueden separar las etapas de la vida de un hombre: la madurez no tiene sentido sin juventud y ésta no se explica sin infancia. La visión que tienen muchos cristianos es que una vez que Dios creó, se retiró a descansar, jadeando por el esfuerzo, y se olvidó del asunto. Pero como el hombre iba por la vida como un pillín, haciendo truhanadas, al final Dios se despierta y dice: -Esto va muy mal, vamos a ver si mandamos ahí a un zapatero que remiende las cosas. Y manda a su Hijo a encarnarse para remendar el roto que el hombre había hecho en la creación, y después vuelve a desaparecer. Y después de la encarnación, una vez que se ha ido, algunos hombres se salvan y otros se pierden, y Dios sigue "roncando" ahí amiba. Esta visión es horrible y nada tiene que ver con el cristianismo. Yo diría incluso que es una visión pre-pagana, porque ni los paganos antes de Cristo pensaban de esa manera.
Todo esto es una realidad, una misma realidad explicada en tres etapas, como la vida de un hombre en la infancia, juventud y madurez. La creación se hizo para la encarnación: "En Él, por Él y para Él se hicieron todas las cosas, y sin Él, sin la encarnación, no se hizo nada de cuanto se hizo". Luego toda la creación se puso en marcha caminando hacia la encarnación, y Cristo hubiese venido exactamente igual aunque el hombre no hubiera pecado. La creación camina hacia su plenitud en la encarnación y ésta tampoco es terminal, se va logrando en la medida en que las gentes se salvan. Luego si la gente se pierde, la encarnación no se logra, y si la encarnación no se logra, la creación tampoco, se queda huérfana, a la expectativa, espantada, pasmada y diciendo: ¿Y qué hago yo aquí haciendo el ridículo? Esto es lo que dice el patán de abajo: ¿por qué me han puesto aquí sin pedirme permiso y luego me llevan donde les parece? La creación está aquí para que llegue la encarnación, por eso sin Cristo, que venía, no se hizo nada de cuanto se hizo. Todo lo que se hizo se hizo para Él, y Él vino para que nosotros encontráramos la salvación. Luego el cogollo de la creación es la salvación. Sólo desde el final, se ve el sentido de la vida del hombre.

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