viernes, 8 de marzo de 2019

RELIGIÓN (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens

RELIGIÓN
No hay en la historia palabra más manoseada que la palabra DIOS. La usa todo el mundo. Y todo el mundo se la sabe. Hasta hay alguien que la posee en propiedad y en exclusiva. Y debería quedar muy claro que esos que la poseen en propiedad y en exclusiva son justamente los que no creen en Dios. Los que creen saben precisamente que Dios no es propiedad de nadie. A Dios no se le posee, se le busca. Creer en Dios es buscarle por todos los desiertos de la vida, con todas las manos del deseo.
El que no sabe quién es Dios, y le busca y le busca con todos los interrogantes de la vida, éste no anda lejos de Él: En la cercanía de Dios todo son preguntas. El que lo sabe todo de Dios, el que conoce su cara y su nombre, el que está convencido de poseerle, éste no sabe de Dios nada; es el incrédulo. Es notable, pues, que a lo largo de la historia las religiones de la tierra se han presentado como grupos o como códigos que poseen y ofrecen la más exhaustiva información sobre Dios; saben cómo es, quién es, cómo se comporta, cómo hay que relacionarse con él. Esa postura es la responsable de que, tan a menudo, las religiones hayan decepcionado al hombre y lo hayan dejado desamparado ante los asaltos de lo doloroso, de lo inexplicable. Esas no son religiones.
El largo recorrido por las mitologías de la humanidad nos enseña que no es lo mismo religión que religiones. Religión es sencillamente el empeño en preguntar, a sabiendas de que toda pregunta tiene respuesta. Aunque no la conozcamos. Religión significa, como decía Cox, que todo tiene sentido. Ese sentido de todo es el que llamamos Dios. Un Dios que vaciara de sentido las cosas, o que dispensara de buscarles avidamente el sentido a las cosas, no sería dios alguno.
Es precisamente el cristianismo el que, resumiendo todas las fórmulas del esfuerzo de las mitologías, ha ofrecido la más transparente proposición de lo religioso: ''A Dios no se le adora ni en el templo ni en la montaña, se le adora en el corazón''. Ello significa sencillamente que ninguna estructura es propietaria de Dios. Las estructuras son situaciones provisionales que conducen a Él. Son caminos; no metas. Una religión que hiciera meta de sí misma, habría desplazado a Dios. Hay, pues, una forma segura de no llegar a Dios, y es instalarse en una religión: Hacer de la religión Dios. Que es exactamente lo contrario de lo que debe lograr toda religión.
La religión conduce el corazón hasta Dios. El encuentro con Dios se hace en el corazón, no en otro lugar. Y una vez que Dios ocupa el corazón; todo se coloca en su lugar. Se llena todo de sentido. Sólo en Dios ocupan las cosas su lugar justo; sólo en Dios tiene sentido el Universo. Es decir, que sólo cuando Dios es la razón de todo, tienen en él respuesta todas las preguntas.
Hay una ley fundamental del universo, que lo rige y lo explica; el amor es la razón de todas las cosas. Y ''Dios es amor''. He aquí la religión de las religiones: ''en esto conocerán que sois míos: Si os amáis los unos a los otros''. No se trata de un mandamiento; se trata de la única forma de ser. Y de la única forma de ser creyente: ''El que dice que conoce a Dios, y no ama, está engañándose''. La religión no es conocer a Dios; es amar.
Dios no tiene cara ni imagen ni nombre (he aquí la provisionalidad de las religiones); Dios habita en el corazón del hombre (he aquí la meta de toda religión). Y el corazón no cabe más que de paso en jaulas de estructuras; su espacio es la transparencia de los cielos de Dios.

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