NO HAY OTRA VIDA SIN ÉSTA
Para los cristianos el calendario empieza en Cristo; pero las cosas no empezaron entonces, sino en el Big Bang de la creación, que sigue expandiéndose todavía. Nada sucedió porque sí, todo es un fluir con un destino que tratamos de descubrir. Y por eso decimos desde el cristianismo que si no nos hubiéramos tenido que salvar, Dios no habría empezado a crear. No es verdad que el hombre esté solo y desolado en un universo indiferente. El universo es tan significativo y tan lleno de sentido que se muere de ganas hasta que llegue un hombre como Jesucristo, modelo de liberación y de salvación total. Por tanto, si el mundo no tuviera una meta muy definida, Dios ni siquiera habría empezado a crear. Dios es tan nuestro, tan cercano y tan querido cuando nos crea como cuando nos redime y cuando nos salva. Todo es un plan salvífico de Dios. Si toda la creación camina hacia la encarnación de Dios, toda ella camina hacia la salvación.
Hay que hacer, como San Pablo, una afirmación de totalidad, aunque algunos cristianos no lo entiendan, porque se mueven en la superficie de las cosas. Desde le cristianismo no se puede decir que los musulmanes, o los judíos, o los ateos no se pueden salvar. Vayamos al centro, al ombligo de la cuestión, donde San Pablo nos conduce maravillosamente: ''Dios lo creó todo'' -el complemento directo de crear es todo-, ''omnia'': Dios es creador del cielo y de la tierra, ''de todas las cosas visibles e invisibles''. Dios es creador, salvador, redentor y reparador de todas las cosas. Este es el verdadero cogollo de nuestra fe.
Pero Dios que lo creó todo, lo redimió todo y lo salva todo, lo hizo, evidentemente, para todos los hombres y también para todo lo creado. El mundo nuevo que esperamos contiene el mundo viejo que padecemos. Por tanto, no es que en el cielo, que llamamos mundo nuevo, vayamos a disfutar de él olvidando esta barraca que llamamos tierra y en la que en la noche se pasa tan mal, sino todo lo contrario. No hay cielo sin tierra, y si no que alguno haga la prueba de ser un borrego toda su vida; cuando llegue al cielo y le diga a San Pedro: -Vengo a salvarme, allí oirá que en el cielo no se salva nadie, que la gente se salva en la tierra. El cielo es el lugar de los salvados, no de los que van a salvarse. Solamente nos salvaremos si llevamos con nosotros un pedazo de tierra, de creación, recreado en nuestro esfuerzo de liberación. El que no se lleve nada liberado a la eternidad no se salva, porque no ha pasado por la etapa que nos ha sido encomendada. No hay otra vida sin ésta, y no se concibe un cielo nuevo y una tierra nueva sin haber redimido los cielos y la tierra que tenemos, ingresándolos en ese universo total que desconocemos, pero que es la eternidad.
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