Navidad es lograr volver, por lo menos un rato, al niño que fuimos y que esencialmente somos, al sentimental que se conmueve ante un atardecer y ante la sonrisa de un niño, que se sobresalta ante el amor o el sueño. Este niño debemos volver a despertarlo urgentemente. Me gusta recordar, y esto es una revelación, que la primera sorpresa que tendremos cuando muramos y vayamos al Cielo será (descubrir) que no hay ni un solo viejo. Todos los que han entrado en el Cielo son niños, viejos ninguno. Es decir, sin querer, te llevarán a jugar. Seguro que no te dirán: ''ven, vamos a pensar''. (Dios no piensa, Dios Es. El pensar es sucesivo, es ilación, si es que la hay, porque hay pensamientos que ni ilación tienen. Dios no piensa de manera global, lo capta todo enseguida, porque es la Realidad).
Si precisamente en Navidad nos pasamos con las copas, es para volver a ser niños, para quitar camuflajes estrafalarios que llevamos puestos y retornar otra vez a crearnos a nosotros mismos con libertad y con holgura y soltar al niño travieso que todos hemos sido y que debemos ser. He dicho que en el Cielo no hay viejos, así que es urgente volver al niño, y ahora, en Navidad, es una buena ocasión. Volver al niño significa inventar en nosotros al Homo Ludens: la capacidad de jugar, de hacer fiesta. Ir por la vida creando ilusiones. El mundo es lo que hacemos de él (Heidegger); el mundo no está hecho, el mundo será lo que nosotros vayamos logrando. Si yo voy empujando energía positiva, positivizo al mundo y me lo gano; pero si voy arrojando energía negativa, o pura materia, las sonoridades que se despiertan son tan bajas que creo montañas de oposición contra mí. Tenemos que ver con escándalo el enorme esfuerzo que hacemos por levantar al niño que somos, es decir, cuánto nos cuesta volver al centro de nuestro ser. ¡Qué lejos estamos! ¿Por dónde andamos...?
Antonio Oliver Montserrat
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