jueves, 22 de noviembre de 2018

(Presentación a los ''Evangelios'' de la Navidad según Antonio Oliver Montserrat) MEDITACIÓN DE NAVIDAD CON LAS LUCES Y LOS CAMINOS DE ANTONIO OLIVER AL FONDO


* (Presentación a los ''Evangelios'' de la Navidad según Antonio Oliver Montserrat)
MEDITACIÓN DE NAVIDAD CON LAS LUCES Y LOS CAMINOS DE ANTONIO OLIVER AL FONDO
Antonio Oliver, puntual como las primeras melodías pastoriles, las iniciales y prontas melodías de las antífonas esperanzadas del Adviento, el ángel madrugador de las no estrenadas todavía buenas noticias de la salvación cumplida, llegaba a su Cátedra de Antropologia y Cristianismo, al "Aula Padre Arrupe" de los Jesuitas de Madrid, por ejemplo, o a cualquier foro de cualquier ciudad del mundo en donde estuviese dictando sus lecciones entonces e interrumpía, movido por una extraña fuerza estremecida, su disertación en curso y dedicaba un par de horas a proclamar, jubiloso, todos los evangelios de la Navidad celebrativamente.
He aquí, en apretada síntesis, todo cuanto uno, enfervorizado oyente suyo, aprendió de un "evangelista" de la Navidad:
No creamos que es fácil acceder a la experiencia de la Navidad. Se requiere y precisa, en primer término, una radical humildad. Sentirse pequeños y pobres, necesitados, menesterosos, es la condición previa e imprescindible para aproximarse al misterio de la Navidad. Los ricos, los autosuficientes, los llenos de sí mismos, aquellos que se lo saben todo y no tienen necesidad de suplicar ninguna ayuda, no podrán jamás acercarse al portal de Belén.
Navidad significa que Dios viene a salvar al hombre, y si el hombre se encuentra a sí mismo con todo ya resuelto, seguro, y en él no existen ni dudas, ni vacilaciones, ni desencanto, ni descosidos, ni rotos, ocurrirá que Dios no podrá hacer nada.
El Dios de la Navidad es el Dios de los desheredados y los pobres, no el de los satisfechos y pudientes. Cuándo y para quiénes llega Dios y en qué circunstancias se presenta, es la gran pregunta del Adviento. El Adviento no es sino la constatación dolorida, sangrienta incluso, de la necesidad absoluta del hombre que grita auxilio, porque no puede salvarse a sí mismo, está ciego y cojo, está paralítico, está al margen, no cuenta para nada, nadie le pide una opinión, y él no tiene solución alguna que ofrecer al remedio del mundo. Pues bien, por esos caminos llega Dios; de modo y forma que el primer temblor de emoción navideña se presenta justamente cuando alguien advierte que es un desposeído, que está mal, que la existencia entera le duele, que tiene todas las salidas cerradas.
La experiencia de la Navidad ocurre siempre en el límite. En Io último de las propias fuerzas, en el desgarro final del corazón, cuando ya no quedan palabras por decir, cuando se constata que todo, todo, parece imposible, en ese instante llega Dios a través de todas esas experiencias y se abren delante del hombre los caminos de Belén. Al final del camino está Dios.
Es la segunda condición imprescindible para poder celebrar con esperanza la Navidad: ponerse en camino. El que no anda no tiene Navidad. Los que están sentados no tienen Navidad. En los parapetos, en los sitios de abrigo, en las instalaciones seguras, en los refugios cómodos, en los amparos inmunizados contra la intemperie y el riesgo no llega Dios. Ni tampoco en la luz del pleno día llega Dios. Cuando se carece de ilusión y de espíritu de búsqueda se le impide a Dios que llegue. No es que Dios no venga, pues Io suyo es venir. Por todo Io humano viene Dios. Fijémonos bien, que viene incluso por el pecado. ¿Por el pecado puede llegar Dios? Nos parece inaceptable, escandaloso, es difícil de buenas a primeras admitirlo, pero es asi. Fijémonos en la genealogía de Jesús, que los evangelistas Lucas y Mateo nos colocan delante apenas abrimos su libro: en esa larga lista de los abuelos y abuelas de Jesús no todo es corrección y limpieza, hay también mucha realidad defectuosa, saltan a la vista infidelidades, rupturas, carencias de amor, aparecen, por ejemplo, prostitutas que son abuelas del Señor.
Es la tercera condición a tener muy en cuenta en el momento de emprender el camino hacia la Navidad. Necesitamos poner delante de nuestros ojos el pecado, esto es, hacer examen de conciencia. Nos hace falta asomarnos a ese abismo de miseria y desamor que es el pecado Navidad es que llega Dios dispuesto a inundar al hombre con toda su lluvia torrencial de bondad y misericordia. Dios no es más que amistad y sonrisa. En el desconsuelo y las ruinas aparece Dios que se muere de ganas por extirpar el pecado del mundo, por romper y eliminar las tinieblas del mundo. La Navidad es una luz en el corazón de la noche. El pueblo que caminaba entre tinieblas, dice la Escritura, vio una gran luz.
La cuarta condición para acceder a la experiencia de la Navidad es no dejar de seguir caminando en la oscuridad y el silencio de la noche. El primer gran desconcierto del misterio de la Navidad es que éste sucede en la ignorancia. Donde no sabemos es donde sabemos. El secreto de todos los secretos es lo que no sabemos. ¿Qué sabemos de la Navidad? Nada, no sabemos qué año ni qué dia aconteció el gran suceso de la Navidad. ¿El día 25 de diciembre? Desde luego que no. Lo que sí tenemos claro es que ocurrió en el silencio, porque si todo está poblado de gritos y de voces no se puede escuchar la Palabra, y la Navidad es que viene Dios y se hace Palabra. Lo dice el libro de la Sabiduría: "Un silencio sereno Io envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa, Señor, vino desde el cielo a la tierra". Así, pues, Io requerido, antes que ninguna otra cosa, es callar. Mientras hablamos estamos en el dintel, nos movemos sólo en los alrededores. Cuando entramos en el asombro de la cercanía y el amor de Dios nos callamos. Cuando todo se calla nace Dios.
Y ¿cómo nace? ¿Cuándo y de qué manera se nos muestra? Estamos ante la quinta condición para recibir la gracia de experimentar la Navidad. Se lo avisaron los ángeles a los pastores de. las cercanías de Belén: "Aquí tenéis la señal, encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". La señal y la certeza de que hemos entrado en el misterio del Portal de Belón es el encuentro con un niño que ni cuna tiene. Un niño es, Io sabemos perfectamente, el símbolo más evidente del desvalimiento total, la pequeñez suma, la completa debilidad. No entendemos nada, no podemos entender nada. Ocurre que cuando Dios quiso venir a decirnos quién era, empezó a hablarnos en un niño, pero cuidado: caigamos en la cuenta que un niño es toda una vida que empieza, un niño tiene dentro de él el futuro y la esperanza, un niño significa la caricia y la ternura de Dios.
Se llega así a la sexta condición indispensable para que nos sea posible vivir el gran milagro de la Navidad: valorar la pequeñez y la debilidad como corresponde. Hace falta descubrir al niño. La verdadera categoria cristiana no está en la grandeza, no está en los gestos y medios grandilocuentes, en el poder, en la fuerza, en el prestigio, en Io espectacular y aparatoso, sino en la humillación, y en lo que aparentemente no sirve para nada. Co explicó la Virgen Maria para que no pudiéramos venirnos a engaños: "Dios miró la humillación de su esclava". Cuando Dios mira, mira solamente la pequeñez. Los grandes no tienen dónde ser mirados. Por eso los grandes, los pudientes, cuantos tienen en su mano la facultad de dirigir el curso de la historia, las autoridades, tanto religiosas como políticas y militares, el Sumo Sacerdote, el Gobernador, el Rey, los listos, los sabios, dirigentes del mundo, no están en el Nacimiento. Están solamente los tontos, y el buey y la mula. Pero los que no están en Belén en ese momento aparecen todos en el Viernes Santo, y lo insultan en la cruz.
Es la séptima y última condición para echarse al camino de la Navidad: Dar muchas gracias a Dios por ser y saberse tontos y pobres. No deja de conmocionar y sorprender que Dios revele a los sencillos y los humildes. No nos importe en manera alguna ser los últimos, no poder contar para nada, no pertenecer a la jerarquía, ser desechados y no tenidos en cuenta. La verdadera dignidad cristiana no está sino en la santidad. Cualquier grado de santidad es más que el Papado, por ejemplo.... etc, etc.
Me conmueve y emociona poderosamente presentar y ofrecer este número especial de 'Providencia' pergueñado todo él con textos del P. Oliver escogidos aquí y allá de modo muy fervoroso por sus alumnos tan entrañablemente cálidos. Reunidos, a la manera de un tarjetón de felicitación navideña muy excepcional, estoy persuadido que ayudarán a nuestros lectores a entrar en esta época con el corazón lleno de villancicos.
Valentín Arteaga, C.R.
Prepósito Provincial de los Teatinos en España

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